Los síntomas del desprendimiento de retina
18/11/2024
07/09/2017
La visión es la percepción e interpretación que realiza el cerebro de nuestro entorno, construida a partir de la información que le envían ambos ojos.
El proceso visual se inicia cuando las ondas electromagnéticas que emite un objeto son transformadas a nivel de la retina en impulsos nerviosos y estos son conducidos a través del nervio óptico y las vías ópticas al cerebro, donde finalmente van a ser analizados y correlacionados para dar nombre, sentido y ubicación a lo recibido por ambos ojos.
El ser humano al nacer no tiene su sistema visual plenamente desarrollado. No nacemos “viendo” sino con la capacidad de “aprender a ver”.
A pesar de contar con las estructuras oculares completas, el sistema visual del recién nacido es inmaduro y se irá desarrollando a medida que la corteza cerebral reciba estímulos apropiados y más o menos simétricos de ambos ojos durante los primeros años de vida.
La maduración visual es un proceso dinámico que sufre modificaciones anatómicas y fisiológicas después del nacimiento y se perfecciona sobre la base de la experiencia visual que se adquiera durante los primeros años de vida.
En los primeros meses, que son de especial importancia, se pueden distinguir diferentes etapas:
Es en este momento cuando aprende a mover sus ojos con independencia de la cabeza y se va desarrollando la coordinación de los movimientos oculares.
Si ponemos cifras a lo que ve el bebé, tendríamos que, aproximadamente, su capacidad visual es de un 5% respecto a la del adulto. A los 2-4 meses del 20%, al año de un 30-40% y de un 50% a los 3 años.
No será hasta los 8-9 años aproximadamente cuando la visión se desarrolle por completo, siendo los 4 primeros los de mayor progresión. En este periodo el sistema es muy vulnerable de forma que la falta de aporte de estímulos visuales puede tener consecuencias nefastas.
Cualquier causa que comporte una mala visión de uno o ambos ojos (como un defecto refractivo no corregido, estrabismo o una catarata) durante la infancia puede provocar una falta de desarrollo de la función visual derivando en un problema de ambliopía u “ojo vago”.
La posibilidad de recuperación del ojo vago es alta si se diagnostica y trata antes de los 4 años, edad a partir de la cual disminuye progresivamente, siendo prácticamente nula a partir de los 9-10 años.
Lo que no aprendemos a ver en la infancia no se va a recuperar posteriormente en la edad adulta. No actuar a tiempo puede condenar al niño a tener un ojo vago de por vida, por lo que es vital el diagnóstico precoz.
Es por ello que todos los niños deberían realizar una exploración oftalmológica completa por parte del especialista antes de los 2-3 años de edad, incluso a pesar de no presentar síntomas. Nunca es demasiado pronto para una revisión, mientras que en ocasiones sí puede ser demasiado tarde.
Charlamos con nuestra optometrista pediátrica Susana Escalera, que recibe en su consulta unos 30 niños al día. De su experiencia y habilidades depende que la visión de estos mini pacientes, algunos de los cuales son aún bebés, sea revisada de forma satisfactoria. Parece una tarea sencilla pero no lo es en absoluto.