Última jornada de revisiones del año en Terral
09/12/2024
21/11/2023
Estudiaste Derecho y trabajaste en varios despachos de abogados, pero ya llevas unos cuantos años en el sector de las entidades sin ánimo de lucro, ¿qué es lo que más te atrae de este mundo?
Sin duda, el valor social de nuestro trabajo. Es algo muy especial, diferente; llegar cada día a la oficina y saber que todo lo que hacemos en la Fundación Barraquer servirá, en mayor o menor medida, para mejorar la calidad de vida de otras personas es realmente gratificante. Es un trabajo con mucho sentido. En la empresa privada el sentido de cualquier actividad es ganar dinero, y me parece perfecto, pero creo que nuestro sentido, nuestra razón de ser, aporta una serie de intangibles a nivel humano que no te da otro tipo de trabajos. El feedback de los pacientes después de una cirugía exitosa, por ejemplo, es un salario emocional impagable; cuando una persona que ha recuperado un porcentaje importante de la visión pasa por la fundación a darnos las gracias —a nosotros y a todos los profesionales del Centro de Oftalmología que le han tratado— es algo muy bonito, la verdad. En esos momentos es cuando más orgulloso te sientes de tu trabajo.
¿Cómo es tu día a día en la Fundación Barraquer?
Ajetreado, estresante por momentos, pero, sobre todo, divertido. Me encanta mi trabajo. La actividad de la fundación, por su propia naturaleza, requiere interactuar a diario con muchos departamentos y profesionales de la clínica; también con entidades sociales, pacientes, voluntarios, colaboradores… todo ello genera una riqueza de relaciones humanas en mi día a día que valoro muchísimo. Además, con Núria Delsors, la trabajadora social de la fundación, y los compañeros de comunicación, que los tenemos al lado, siempre encontramos algún momento durante la jornada para echar unas risas. El humor, a mi juicio, es un elemento imprescindible para tener un buen ambiente laboral. Todos trabajamos duro, eso sí, pero nos gusta tomárnoslo con alegría.
¿Cuáles son los principales programes o iniciativas que lleva a cabo la fundación para promover la salud visual entre la población? ¿Cuál es la que te ha aportado mayor satisfacción?
La fundación desarrolla varios programas en el ámbito de la formación, la investigación, la prevención y sensibilización o la cooperación internacional, pero el leit motiv de la entidad es el programa “Mirem per tu”, que canaliza toda la actividad asistencial a nivel local (pacientes residentes en el territorio nacional). A través de este programa se ofrecen a personas con pocos recursos, una vez superado el proceso de admisión, tratamientos oftalmológicos gratuitos en el Centro de Oftalmología Barraquer y gafas graduadas a un precio muy reducido en las tiendas de General Optica, uno de los principales partners del proyecto. “Mirem per tu” nació a mediados del año 2019 para materializar la apuesta del patronato por la acción local, y creo que los objetivos se han cumplido con creces; en los últimos cuatro años hemos aumentado considerablemente el volumen de actividades y beneficiarios, mejorando así la calidad de vida de muchas personas. Echar la vista atrás y ver el cambio que ha experimentado la Fundación Barraquer desde que entré a finales del 2018 es algo que me da mucha satisfacción.
¿Cómo colabora la fundación con otras instituciones o entidades para maximizar el impacto de sus esfuerzos en la mejora de la salud ocular?
La base de nuestro proyecto es el trabajo en red. Si queremos llegar a más personas en situación de vulnerabilidad, aumentar la base de beneficiarios y, en definitiva, tener un mayor impacto en la sociedad, es imprescindible colaborar con otros agentes sociales del territorio. En los últimos años la Fundación Barraquer ha firmado más de treinta convenios con fundaciones y asociaciones privadas de la provincia de Barcelona, a las que ofrece asistencia oftalmológica para sus usuarios. Nuestra labor no ha pasado desapercibida para los servicios sociales de los ayuntamientos, por lo que cada vez recibimos más solicitudes de ayuda por parte de los trabajadores de las administraciones públicas. Uno de nuestros retos de futuro, precisamente, es conseguir la implicación y la colaboración de la administración en la financiación de los tratamientos que ofrecemos al creciente número de usuarios que nos derivan. Si los agentes públicos se suman al proyecto, su dimensión e impacto, sin duda, será mucho mayor.
Tras la publicación de El círculo de las marmotas ¿continúas escribiendo?
Me apasiona escribir. Es una actividad que me relaja, me evade, me distrae y, a la vez, me enriquece intelectualmente, que siempre viene bien. Hay pocas sensaciones más satisfactorias que la de escribir un párrafo redondo y releerlo; sentir que has colocado las palabras en el orden correcto, que has dado en el clavo con los verbos y los adjetivos, que la sonoridad, la construcción gramatical y la estética de la frase es perfecta. Por desgracia, es algo que sucede de vez en cuando, no siempre. Si tuviera la capacidad de hacerlo continuamente, como Eduardo Mendoza, Luis Landero o Lorenzo Silva, entre otros, podría dedicarme a escribir. De momento, lo hago en mis ratos libres, por las noches y los fines de semana, con la ilusión de seguir mejorando y de acabar en breve mi segunda novela. Como dice Stephen King, para escribir bien solo hay que hacer dos cosas: leer mucho y escribir mucho. Yo mucho no puedo, porque entre el trabajo, la familia y otras aficiones no me sobra el tiempo, pero voy avanzando poco a poco en la medida de mis posibilidades. Lo importante es eso; avanzar, evolucionar a tu ritmo.
Con un trabajo tan absorbente ¿qué haces para desconectar? ¿Tienes otros hobbies?
Me encanta estar con mi familia, no necesito hacer nada especial: sesión de pizza y peli los sábados, pasear por Barcelona, ir a la playa, hacer pasteles con los peques, jugar al Uno… El tiempo que pasas con tus hijos es el mayor legado que puedes dejarles, la mejor herencia. Es lo único que recordarán.
Al margen de la familia y de la literatura, siempre me guardo un pequeño espacio para la música, algo que nunca ha faltado en mi vida. Con más o menos gracia —eso no me corresponde juzgarlo a mí— toco el bajo eléctrico y la guitarra desde la adolescencia. Cada lunes por la noche, salvo imprevistos, tengo ensayo con mi grupo. Hacemos covers de clásicos del pop-rock y algo de música actual. No somos Queen, pero nos los pasamos genial, reímos, y de vez en cuando damos algún concierto en fiestas privadas de amigos. ¿Qué más se puede pedir?